Textos originales

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Textos originales que han servido de base a las explicaciones y los ejercicios de este sitio

 

Módulo 1. Explicación

El procurador al-Husri contó la historia siguiente: […] Estaba yo un día sentado en mi casa […] cuando un joven esclavo encargado de la puerta vino a decirme:

—Hay una mujer que pregunta por ti.

Salí hacia ella. Y la oí declarar:

—Soy Fulana, hija de Fulano. Quisiera casarme con un hombre que he elegido para mí, pero mis hermanos me lo impiden.

—¿Quién es ese hombre?, le pregunté.

—Aquí está.

Me señaló ella con la mano a un carpintero vecino suyo, pobre, pero de agradable apariencia. Sin duda alguna, se había enamorado de él.

—¿Qué quieres de mí?, le pregunté.

—Que arregles mi matrimonio con él.

 […] El procurador tomó de su casa oro, piedras preciosas, engastes de sortija y perlas. Envolvió todo en un pañuelo [y se dirigió al carpintero:]

—Cuando estés ante el juez, le dijo, si habla de tu pobreza, le replicarás: “¿Cómo puede ser pobre quien se encuentra en posesión de tales riquezas?” Sacarás estas joyas y las extenderás ante el juez para que las vea.

Luego el procurador los tomó a él y a la mujer y se fue con ellos al tribunal.

 [...] El procurador que representaba a los hermanos […] dijo:

—Este hombre no es capaz de asegurar la subsistencia de una esposa. Es pobre y no posee nada.

El hombre sacó las monedas de oro, las piedras preciosas y vació todo en presencia del juez. Este le preguntó:

—¿Esto te pertenece?

—Sí, respondió el hombre, e incluso el doble.

El juez ordenó el matrimonio. No dejaron la sala de audiencias antes de la conclusión de este enlace y redacción del contrato [matrimonial]. Seguidamente, el procurador entró en posesión de su fortuna y cobró a la pareja cinco monedas de oro por su trabajo. El hombre se llevó a su esposa y se marchó con ella.

“Una mujer enamorada”, El libro de las argucias, vol. II Califas, visires y jueces, Recopilación realizada por René R. Khawam de los manuscritos originales. Paidós, Barcelona, 1992, p. 364-365.

 

Módulo 2. Explicación

[El príncipe Hudayl], profundamente enamorado de [su esclava] Báhar, [le pidió] que aceptara convertirse en su esposa […] y entonces Báhar le contestó llena de dulzura […]  “Amado príncipe mío, […] mi vida está en la música y […]  sintiendo el gozo de quien me contempla, aumenta mi propio placer y mi felicidad. […]  

Señor mío al que amo con todas las fuerzas de mi ser […] convertida en tu esposa, habrías de recluirme en el harén familiar, oculta a la vista de todos, prohibiéndoseme ya para siempre dedicarme a bailar y a cantar, y, mi señor, yo sé que sin ello moriría”.

Ángeles de Irisarri y Magdalena Lasala, "Báhar" en Moras y cristianas, Ediciones Salamandra, Barcelona, 1998, p. 29 y 30.

 

Módulo 2. Ejercicios 2.1, 2.2 y 2.3

[En 2015] se cumplen 1.100 años del nacimiento del médico judío Hasday Ibn Shaprut (915-975), al que debemos la primera dieta antiobesidad del mundo.

[El rey de León] Sancho I (935-966) […llamado] el Craso (el Gordo). […Pesaba] un poco más de 240 kg. Según las crónicas de la época, […] hacía diariamente siete comidas con 17 platos diferentes, compuestos en su mayor parte por carne de caza. […] Era objeto de burlas de buena parte de la nobleza [porque decían que no] podían dejarse gobernar por alguien que ni siquiera era capaz de valerse por sí mismo para levantarse de la cama ni para caminar [y ponían] en duda la continuidad dinástica, puesto que la obesidad le impedía demostrar públicamente que había consumado el matrimonio.

En el año 957 Sancho I [perdió el trono] y puso rumbo a Navarra, donde reinaba su abuela la reina Toda. […] Poco tiempo después la reina Toda y su nieto Sancho se desplazaron a Córdoba para ponerse en manos del médico [del califa Abderramán III], el judío Hasday Ibn Shaprut.

Lo primero que hizo el médico fue […] obligarle a realizar largos paseos, en los que era tirado con cuerdas por esclavos, mientras Sancho caminaba sujeto a un andador. Cuando el ejercicio terminaba, le obligaban a tomar interminables baños de vapor […]. Hasday mandó que le cosieran la boca y que dejasen tan solo un pequeño hueco para que pudiera absorber con la ayuda de una paja unas infusiones […]. Durante el tiempo que estuvo en Córdoba lo alimentaron exclusivamente a base de líquidos […] Hasday ordenó que le sometiesen a prolongados masajes corporales, cuya finalidad era que la piel recobrase su firmeza. […]

Después de someterse durante 40 largos días a esta estricta y nociva dieta consiguió rebajar su peso a 120 kg y caminar durante marchas de más de 5 km sin necesidad de tener que ser tirado por cuerdas ni usar andador. Además consiguió montar a caballo, alzar su espada y, quizás lo que más le animó a nivel personal, yacer con una mujer.

Un día del año 959 Sancho el Gordo abandonó Córdoba [... y al poco tiempo recuperó] su trono.

Gargantilla Madera P, Arroyo Pardo N., Hasday: tratamiento de la obesidad en el siglo X,  Endocrinología y Nutrición, 2016; 63:100–101.

 

Módulo 2. Ejercicio 2.4

Un cliente pretende que la prenda de ropa que le devuelve un tintorero no es la que él le había dado para teñirla. Un jurista opina que el tintorero debe indemnizarlo pagándole el precio de la prenda o prestar juramento. Lo lleva ante el juez y el tintorero jura que ha devuelto al cliente la prenda que este le había confiado.

Ibn al-Makwi, jurista andalusí, citado por Vincent Lagardère, Histoire et société en Occident musulman au Moyen Âge, Casa de Velázquez, Madrid, 1995, p. 352. Traducción de M. Asencio.

 

Módulo 2. Ejercicio 2.5

El juez Said ben Soleiman […] se puso a hablar con aquel hombre y aquella mujer […]. El hombre dijo al juez:

—Señor, ordena a esta mujer que se venga conmigo a mi casa.

La mujer se pegó al suelo y juró que no iría con su marido ni un palmo de terreno, y dijo ella al juez:

—Por aquel Dios que no hay otro que Él, si me mandas que vaya con ese hombre, yo me ma­to y tú serás culpable de mi muerte.

Cuando el juez oyó estas pa­labras de la mujer, volvióse ha­cia un señor que tenía a su lado, que creo que era faquí [experto en leyes], y le di­jo:

—¿Qué te parece este caso?

—Si al juez no le consta —con­testó el faquí— que ese marido trata mal a su mujer, debe obli­gar a esta a que vaya con su marido […] a menos que el marido se conforme con separarse de ella mediante una indemnización. […]

Al oír ese informe del faquí, dijo el marido:

—Por Dios, ¡si ella es pobre y no tiene capital ninguno!

—Y si ella —dijo el juez— creyera que pudiese librarse de ti dándote indemnización, ¿la de­jarías ir separándote de ella?

—En ese caso sí que lo haría yo con mucho gusto—contestó el marido.

 […El juez] dijo al marido:

—Toma lo que resta de mi co­secha en mi cortijo y deja en paz a tu mujer.

Aljoxaní, Historia de los jueces de Córdoba, traducción de Julián Ribera, Madrid, Aguilar, 1965, p. 410-413.

 

Módulo 2. Ejercicio 2.6

Asbag ben Isa el Xacac me contó lo siguiente: Un día iba yo en compañía del juez Ahmed ben Baquí a tiempo en que casi nos tropezamos con un borracho [...]. El juez no tuvo más remedio que acercarse y darse por entendido. Yo pude notar, viéndole perplejo ante ese espectáculo y sabiendo que era hombre de muy blando corazón, la repugnancia que sentía en imponer a nadie la pena de azotes, y dije entre mí:

—¡Ah, caramba! A ver cómo te las compones para salir de este apuro, ¡oh Abenbaquí!
Y al acercarnos al borracho, me veo, con gran estupefacción mía, que [Abenbaquí] se vuelve hacia mí y me dice:

—Mira, mira ese desdichado transeúnte, me parece que ha perdido el seso.—Sí,—contestéle—es una gran desgracia.
El juez se puso a compadecerse de él y a pedir a Dios que le curase la locura y le perdonara sus pecados.

También cuenta Asbag lo siguiente:

Estábamos un día en su casa [del juez Abenbaquí], yo y su secretario Abenhosn, cuando se presentó un almotacén [funcionario que hace cumplir la ley en los mercados] trayendo un hombre que olía a vino. El almotacén le denunciaba como bebedor. El juez dijo a su secretario Abenhosn:

—Huélele el aliento.
Y el secretario se lo olió y dijo:

—Sí, sí, huele a vino.
Al oír eso pintóse en la cara del juez la repugnancia y el disgusto que esto le causaba, e inmediatamente me dijo a mí:

—Huélelo tú.
Yo lo hice y le dije:—Efectivamente encuentro que huele a algo; pero no percibo con seguridad que sea olor de bebida que pueda emborrachar.

Al oír eso brilló en la cara del juez la alegría y dijo inmediatamente:

—Que lo pongan en libertad; no está probado legalmente que haya cometido esa falta.

Aljoxaní, Historia de los jueces de Córdoba, Madrid, traducción de Julián Ribera, Aguilar, 1965, p. 684-686.   

 

Módulo 2. Ejercicio 2.7

El monarca [deseaba comprar] una casa que pertenecía a un huérfano (cuya tutela estaba encomendada a los jueces) [...] para un hijo suyo. [Un] ministro envió de antemano a un tasador a ver la casa para que indicara su precio y luego mandó llamar a Soleiman ben Asuad para comunicarle los deseos que el soberano tenía de comprar aquella casa por la cantidad en que los tasadores la habían tasado. El juez, al oír tal proposición, contestóle:

—Los materiales que pudieran quedar de esa casa, si se derri­base, no los vendería yo por ese precio. ¿Cómo he de autorizar la venta de la casa entera construida como ahora está?

El juez exigió para el huérfano el doble de la cantidad en que se había evaluado [la casa], el visir transmitió al soberano la propo­sición del juez y el monarca dis­puso que no se comprara la ca­sa por parecerle precio excesivo.

Aljoxaní, Historia de los jueces de Córdoba, Madrid, traducción de Julián Ribera, Aguilar, 1965, p. 506-509.

 

Módulo 2. Ejercicio 2.8

[Un día] Yahia notó que Abenbaxir estaba preocupado y triste, y le dijo:

—¿Qué te pasa? [...]

—Pues mira, es lo siguiente: Rebia, el conde [jefe de la comunidad mozárabe] cristiano, me dio en depósito un cuantioso ca­pital, y hete ahí que el prego­nero está gritando en la calle este pregón: «Aquel que tenga dinero o cosa depositada perte­neciente a Rebia y no lo mani­fieste dentro de tres días, será castigado con la pena de muerte y serán confiscados sus bienes.»

Yahia [...] le pre­guntó:

—Y qué piensas hacer? Yo creo, pardiez, que debes guardar ese pacto de depósito, conforme a aquella tradición del Profeta que dice: «El depósito debe de­volverse, no solo al honrado y justo, sino hasta al malvado o perverso.» […]

Pasados los tres días [... el soberano] man­dó llamar [a Abenbaxir]. El ujier del sobera­no al presentarse en palacio Abenbaxir lo recibió y le dijo de parte del monarca:

—¿Qué te ha inducido a escon­der lo que te dio Rebia en de­pósito? Ya has oído lo que el pregonero ha publicado y la re­solución firme y proclamada que hemos hecho a este propósito.

—Haz el favor —dijo Abenbaxir al ujier— de comunicar al sobe­rano de mi parte que esto lo hice únicamente apoyándome en una tradición del Profeta. Y le citó el texto de la tradi­ción, añadiendo después de las palabras «el depósito debe devol­verse al justo como al perverso» la siguiente coletilla: «Esta tra­dición del Profeta debe aplicar­se a Rebia, porque no hay hom­bre más perverso que él».

[...] El monarca, al en­terarse de [la respuesta de Abenbaxir], lo recomendó a los visires diciendo que era un santo varón, y aún añadió:

—Creo que debéis nombrarle juez.

Esta fue realmente la causa de que se le nombrara juez de Cór­doba.

Aljoxaní, Historia de los jueces de Córdoba, traducción de Julián Ribera, Madrid, Aguilar, 1965, p. 290-294.

 

Módulo 3. Explicación y ejercicios

Adaptación libre de la novela de José Luis Velasco El misterio del eunuco, Ediciones SM, Madrid, 1995.

 

Módulo 4. Explicación

Cierto día [Ziryab] le cantó una canción a Abderramán, y agradóle tanto a este, que mandó que se expidiera una orden para que los tesoreros le entregaran 30.000 dinares. El secretario de cartas les trajo la orden. [...] Al serles presentada la orden, miráronse unos a otros los tesoreros, y Muza, hijo de Chodair, que era el jefe, dijo:

—¡Hablad vosotros!

Sus compañeros contestaron:

—¡Ah, no! Nosotros no diremos más que lo que tú digas.

Él entonces habló de esta manera al secretario de cartas:

—Nosotros, aunque se nos llame tesoreros del Emir, cuya vida guarde Dios, somos tesoreros de los musulmanes y percibimos los tributos, no, ¡pardiez!, para dilapidarlos, sino para gastarlos en aquello que sea de utilidad. Por tanto, no hay nadie entre nosotros que guste de ver en su hoja, el día del juicio, el haber tomado 30.000 dinares de los musulmanes y haberlos entregado a un cantante por una copla. El Emir lo tendrá que pagar de su propio peculio.

El portador de la orden se fue y dijo al eslavo que había expedido la orden: 

—Los tesoreros no quieren obedecer.

Enseguida entró este donde estaba el Emir a decirle lo que ocurría. Ziryab entonces dijo:

—Esto es desobediencia. 

Pero Abderramen exclamó:

—Pues a mí me parece muy bien. Les nombraré ministros por eso mismo, porque tienen muchísima razón para decirlo.

Inmediatamente hizo pagar a Ziryab de su bolsillo particular.

Ibn al-Qutiyya, Historia de la Conquista de al-Ándalus, Madrid, 1926, Real Academia de la Historia, Colección Obras arábigas, tomo 2º, págs. 54-55.

 

Módulo 4. Ejercicio 4.1

Mohámed ben Baxir, cuando por […] llamamiento del monarca venía hacia Córdoba, no sabía aún para qué era llamado y, al llegar al llano de Almodovar, se fue a ver a un amigo suyo que vivía allí [y era…] ermitaño. Su amigo el ermitaño le dijo:

—Yo creo que te deben de llamar para el cargo de juez, porque el que lo desempeñaba en Córdoba acaba de morir. […]

—Puesto que tú dices eso —repuso Abenbaxir— […] te ruego que me aconsejes y digas lo que tú creas mejor que deba yo hacer.

—Antes de darte un consejo —contestó el ermitaño— necesito preguntarte acerca de tres cosas […]. ¿Tienes —le dijo el ermitaño— mucha afición a comer manjares exquisitos y a vestir telas preciosas y montar en ágiles cabalgaduras?

—No me preocupa —contestó Mohámed— lo que haya de comer para matar el hambre, ni los vestidos con que haya de cubrir mi desnudez, ni la cabalgadura que haya de montar.

—Esta es una de las cosas —le dijo el ermitaño—. Ahora dime: ¿tú tienes bastante fuerza moral para resistir la tentación de las caras bonitas y otros apetitos de esta índole?

—Pardiez —repuso Abenbaxir— esas cosas no me han preocupado jamás, ni he pensado en ellas, ni hago caso, aunque me falten.

Esta es la segunda cosa —dijo el ermitaño—. Vamos a ver la tercera: ¿gustas tú que la gente te alabe y ensalce? […]

—Me importa poco —contestó Mohámed— haciendo yo justicia, de si me alaban o desalaban. […]

—Tomando las cosas en esta forma —dijo el ermitaño— debes aceptar el cargo de juez. Nada hay malo en que lo aceptes.

Aljoxaní, Historia de los jueces de Córdoba, traducción de Julián Ribera, Madrid, Aguilar, 1965, p. 235-238.

 

Módulo 4. Ejercicio 4.3

Me contó una persona que conoció al juez Mohámed ben Baxir, que le vio entrar por la puerta de la mezquita aljama [de Córdoba] un día de viernes, y llevaba una mantilla [o bufanda] de color de azafrán y en sus pies unos zapatos que chirriaban y el pelo de su cabeza peinado en cabellera partida. […] Uno de los sucesos que el pueblo contaba y corría en boca de todos fue el siguiente:

Al juez Mohámed ben Baxir se le presentó un hombre que no lo conocía personalmente y, al verle con aquel traje tan juvenil, con la cabellera partida, con la mantilla azafranada, con las trazas de haberse alcoholado, de haberse limpiado y frotado la dentadura y con las huellas de la alheña en sus manos, no pudo imaginar que fuera el juez, y se volvió a uno de los asistentes para decirle:

—Hágame el favor de indicarme quién es el juez.

—Pero, hombre—le dijeron—si es ese.

Y le señalaban al juez.
—Miren ustedes — dijo el hombre— yo soy forastero. Yo creo que ustedes están bromeándose conmigo. Yo les pregunto por el juez y ustedes me señalan a un flautista.
El hombre aquel tuvo que ir de un sitio para otro [preguntando y todos le decían lo mismo].

Aljoxaní, Historia de los jueces de Córdoba, traducción de Julián Ribera, Madrid, Aguilar, 1965, p. 253-255.

 

Módulo 4. Ejercicio 4.4

Yo presencié cierto día una audiencia de Amer ben Abdala, en la mezquita que estaba cerca de su domicilio, y le vi sentado haciendo justicia en medio de la gente. […] En el ángulo opuesto de la mezquita se encontraba Mumen ben Saíd, el cual tenía alrededor suyo un corro de jóvenes estudiantes que iban a recitar versos y a aprender literatura. Los jóvenes que asistían a la clase de Mumen tuvieron un altercado por no sé qué motivo; uno de ellos lanzó un zapato contra su compañero, y después de pegarle a este vino a caer el zapato en medio del círculo donde el juez daba audiencia. Los presentes creyeron que el juez, al ver el desacato, se pondría seguramente furioso; sin embargo, no hizo otra cosa que decir:

—Estos chicos nos molestan.

Aljoxaní, Historia de los jueces de Córdoba, traducción de Julián Ribera, Madrid, Aguilar, 1965, p. 446-447.

 

Módulo 4. Ejercicio 4.5

Uno de los más ricos comerciantes de Córdoba murió y un esclavo que el difunto tenía presentóse al juez Mohámed ben Baxir expo­niendo que su señor, el difunto, le había manumitido y le había encargado que se casara con su hija, legándole para ese efecto el capital que poseía [el difunto]. El juez exigió prueba fehaciente de las pretensiones del esclavo y este trajo a esos dos señores, los cuales testificaron que era verdad lo que el esclavo había expuesto. El juez aceptó la de­posición de los testigos y decretó en favor del esclavo, cual este había solicitado.

Pero poco tiem­po después, uno de estos dos testigos se puso en trance de morir y encargó que comunicaran al juez el deseo que él sen­tía de verle y hablarle. El juez […] fue a visitar a aquel señor. En cuanto este vio al juez, [le dijo]:

—Me voy derecho al infierno, si no me salvas tú.

—No, hombre, no—replicó el juez—, ten confianza en Dios. Él te librará del fuego del infier­no. Vamos a ver, ¿qué es lo que pasa?

—¿Te acuerdas —replicó el en­fermo— de que fui yo testigo en favor de fulano, esclavo de zu­tano? Pues lo que entonces dije fue una mentira mía. Por temor de Dios, deroga la decisión que tomaste. Ejecuta, por el contra­rio, aquello que debió haberse decidido [a no mediar mi false­dad].

Mohámed ben Baxir, el juez, se calló, puso las manos sobre sus rodillas, levantóse y se puso a decir:

—La sentencia es firme... y tú te vas al infierno.

Y se salió.

Aljoxaní, Historia de los jueces de Córdoba, traducción de Julián Ribera, Madrid, Aguilar, 1965, p. 260-264.

 

Módulo 4. Ejercicio 4.7

Si la naturaleza del varón y de la mujer es la misma y toda constitución que es de un mismo tipo debe dirirse a una concreta actividad social, resulta evidente que en dicha sociedad la mujer debe realizar las mismas labores que el varón, salvedad hecha de que son en general más débiles que él. Sin embargo, la mayor parte de las mujeres son más hábiles que los varones en actividades como tejer, coser y otras artes, así como por su forma de organizar, tanto en el arte de la guerra como en el resto. [...] Sin embargo en estas sociedades nuestras se desconocen las habilidades de las mujeres, porque ellas solo se utilizan para la procreación, estando destinadas al servicio de sus maridos y relegadas al cuidado de la procreación, educación y crianza. Pero esto inutiliza sus otras posibles actividades. Como en dichas comunidades las mujeres no se preparan para ninguna de las virtudes humanas, sucede que muchas veces se asemejan a las plantas en estas sociedades, representando una carga para los hombres, lo cual es una de las razones de la pobreza de dichas comunidades [...] y en tanto carecen de formación no contribuyen a ninguna otra de las actividades necesarias, excepto muy pocas.

Ibn Rusd (nombre latinizado: Averroes), Exposición de la "República" de Platón, c. 1194, Tratado I, cap. 34 "De la condición de la mujer". Traducción de Miguel Cruz Hernández. Madrid, Tecnos, 5ª edición, 1998, p. 57-59.

 

Módulo 4. Ejercicio 4.8

1. Poema sobre las señales del amor

Mis ojos no se paran sino donde estás tú.

Debes de tener las propiedades que dicen del imán.

Los llevo adonde tú vas y conforme te mueves,

como en gramática el atributo sigue al nombre.

2. Fragmento de un poema sobre la correspondencia

Duro es hoy para mí romper tu carta.

Pero, en cambio, el amor no hay quien lo rompa,

Y mejor es que dure el amor y que se borre la tinta,

pues lo accesorio debe sacrificarse a lo principal.

3. Fragmento de un poema sobre la sumisión

No es reprobable rebajarse ante quien amamos,

pues en amor el más orgulloso se humilla.

No os maravilléis de que me someta en mi situación,

pues antes que yo se sometió al-Mustansir.

4. Poema sobre la ruptura

¡Qué fea la ruptura tras la unión

y qué bella la unión tras la ruptura!

Esto es como ser rico tras ser pobre;

Aquello, como ser pobre tras ser rico.

Ibn Hazm, El Collar de la Paloma, traducción de Emilio García Gómez, Alianza Editorial, Madrid, 1971,  (9ª reimpresión). Sobre las señales del amor, p. 112; sobre la correspondencia, p. 146; sobre la sumisión, p. 163, y sobre la ruptura, p. 214.